Esta miniserie, Adolescencia, compuesta por cuatro episodios de una hora de duración es un verdadero adorno visual, pero además también tendrá un impacto bestial en la audiencia por el tema que toca y la inmersión que se consigue usando largos planos secuencia.
No te molestes en buscar dónde hay cortes porque no los hay. Cada episodio empieza y acaba con una única toma que huye del estatismo. Y es que la cámara no para de moverse entre los personajes, siguiéndolos para entrar y salir de las estancias, acompañándolos en sus desplazamientos por carretera y pasando por todo tipo de encuadres: de primeros planos a planos más abiertos, generales y hasta aéreos.
La serie se catapulta al número uno de lo visto este año, aunando calidad y profundidad en el mensaje que traslada: es de una complejidad técnica que abruma, pero sin dejar nunca de lado que su forma es una herramienta más para hacer llegar la historia de forma óptima al espectador.
Tampoco hay licencias en el plano del humor ni de la fantasía: la serie creada por Stephen Graham y Jack Thorne busca un realismo y una naturalidad que exudan por los poros la puesta en escena, las localizaciones de rodaje, el elenco y el guión, aderezado por conversaciones creíbles.
Como espectadores, gracias al talentoso director Philip Barantini, se adora un punto de vista excepcional, siendo testigos de los hechos y teniendo por así decirlo la capacidad de ponernos en la mente de muchos de los personajes que pueblan la narración: desde el protagonista, Jamie, hasta sus padres, su hermana, su terapeuta o algunos de sus compañeros de instituto.
Un punto de partida macabro
Adolescencia arranca mostrando cómo la policía irrumpe en el hogar de una familia inglesa que aparentemente es muy normal. Tras derribar la puerta, se precipitan escaleras arriba para hacer una detención inesperada: la de un joven de 13 años al que se acusa de haber cometido un asesinado a sangre fría.
Jamie Miller clama por su inocencia, pero es conducido a las dependencias policiales, donde se le toman muestras de sangre, huellas y tejido epitelial para posteriormente recibir el asesoramiento de un abogado y prestar declaración sobre los hechos que han sido investigados por los agentes Bascombe y Frank.
Ambos tratarán de dilucidar qué fue lo que pasó exactamente la noche anterior y sobre todo por qué, lo que los llevará a hacer acto de presencia en el instituto en el que Jamie estudiaba y en el que las reacciones de sus compañeros no se hacen esperar.
Adolescencia se articula como un thriller psicológico muy perturbador habida cuenta de la materia que trata poniendo el foco en cuatro momentos y lugares distintos: el día 1 lleva del hogar a la comisaría; el día 3, al instituto; 7 meses después, a la evaluación psicológica que hace una terapeuta independiente, y luego de 13 meses se muestra a la familia antes de que se celebre el juicio.
En este sentido, ya se sale bastante de las fórmulas habituales porque no idealiza la adolescencia ni los centros de estudio y no tiene interés alguno en el drama judicial que suele dilucidar el futuro de una persona acusada de un crimen tan grave.
También suelen tener mucho interés en mostrar la desolación de las familias de las víctimas pero que en este caso se mueven alrededor del acusado para tratar de hacernos comprender qué tiene en la cabeza y cuáles han sido los resortes que se han ido activando para terminar así.
Ahí es donde radica el principal valor argumental de la serie: es una disección de todo el entramado social que puede llegar a ocasionar un daño tan profundo. Las amistades, los entornos, las experiencias, los egos magullados, la búsqueda de la sensación de poder y de popularidad, la reputación digital, la carencia de referentes saludables, la poca o nula comunicación con adultos...
Adolescencia es la prueba de que cuando la técnica se pone a los pies de una historia que merece ser explorada hasta el fondo, solo puede alumbrarse una obra maestra de las que perduran, generan debate e interés, por estar además de plena actualidad.